El ajedrez puede parecer un simple pasatiempo, pero no, no es así, para nada.
Es una ciencia de gran complejidad sobre la que se han escrito muchos miles de libros. Es uno de esos artes en las que más aprecia el que más comprende. La historia da cuenta de muchas partidas de notable valor estético, belleza que revela la armonía del pensamiento táctico y estratégico. Es un deporte muy exigente también. En altos niveles de competencia se necesita mucha práctica, mucho entrenamiento y llegar al tablero en óptimas condiciones físicas, mentales y emocionales.
Muchos dirán, es cuestión de memoria y de calcular jugadas solamente. Esto es importante claro, pero más lo es la capacidad de apreciación objetiva de una situación (valoración de la posición).
Es por esto que máquinas que calculaban 20,000 jugadas por segundo no podían superar al ser humano. Recuerden el famoso match hombre-máquina, entre el GM Gary Kasparov e IBM Deep Blue del año 1996. Ha sido empleando tecnologías de conocimiento y de pensamiento como algoritmos genéticos entre varios otros, y últimamente -y con gran éxito- empleando la inteligencia artificial que la computadora ha logrado superar claramente al ser humano.
El ser humano comete errores precisamente por su naturaleza humana. Los defectos que tiene como jugador son los mismos que tiene como persona. El jugador de ajedrez falla por cauteloso, temeroso o pasivo como por osado, arriesgado o impulsivo. Falla por confiado, descuidado, relajado, como por receloso, minucioso, tenso. Falla por no soportar la presión de la amenaza, del ataque, del poco tiempo restante. Falla porque le perturban las posiciones enredadas, complicadas con riesgo para ambos bandos.
Los grandes maestros tienen muchísimos recursos para el juego: cuando atacan no se apuran, no se desesperan, no se desalientan si desaprovecharon una oportunidad. Y cuando se defienden saben replegarse como gato panza arriba, crean celadas, contraatacan.
No se derrumban si pierden, ni se ufanan si ganan, por eso justamente son grandes maestros.
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